«Los espacios, los tiempos, la cotidianidad toda aparece trastocada y, con ella, los modos en que nos vinculamos también pedagógicamente. Y allí aparece de manera más descarnada la desigualdad. En esa imposibilidad de un tiempo-espacio otro físicamente compartido arraiga lo extraordinario de estos tiempos pandémicos, en la inmovilidad corporal que sin embargo redunda en, como dijo Simón Rodríguez, inventar o errar».
Por Antonella Alvarez
A lo largo de la historia, es factible hacernos la pregunta por quiénes son les que acceden, en diferentes períodos, a la educación más o menos institucionalizada. Si en el período colonial y pre-independentista el lugar de nacimiento va a determinar la posibilidad de educarse/instruirse, a partir de la instalación de la democracia republicana, aparece la educación como derecho y se extiende, de manera creciente, aunque no exenta de conflictos y vaivenes, sobre más sectores de la población. La educación emerge por tanto como eje estructurador del proyecto democrático.
En la actualidad en Argentina la educación institucionalizada es obligatoria en los niveles de educación inicial, primaria y secundaria. El Estado tiene el lugar de garante del derecho a la educación, y la preocupación por esta función es posible rastrearla en la conformación de los sistemas educativos nacionales. La educación como política pública estatal se nos aparece, en toda su dimensión, ahora que se nos presenta como tempo-espacialmente detenida. Quiero decir que tomamos dimensión de su dimensión ahora que no puede desarrollarse con “normalidad”. Además de este dato evidente, del contexto surgen otras preguntas, como qué pasa con aquellas políticas que debieran hacer parte de la política pública educativa, como por ejemplo el acceso material y simbólico a la conexión a internet. Inés Dussel se refiere a un entorno sociotécnico al que atender en este contexto de pandemia, que demanda políticas públicas que posibiliten el acceso integral a la educación, aún en estos tiempos de inmovilidad corporal, pero de gran invención creativa.
Algo de la práctica igualitaria de esa educación estatal se suspende con la pandemia. Porque si el Estado puede/pudo crear instituciones para garantizar el derecho al acceso a la educación, no sucede lo mismo con el acceso a otros derechos como el de una vivienda, alimentación y salud dignas. Cuando no existe la posibilidad de ir a la Escuela, como institución material pero también como constructora de subjetividades, la igualdad se tensiona, porque trasladado el “espacio escolar” al “espacio doméstico” entran en juego un sinfín de factores nuevos en la escena pedagógica: las condiciones materiales y subjetivas de existencia desiguales emergen de otro modo, y al mismo tiempo que revalorizamos la escuela como tal vez no habíamos hecho antes, es urgente que esa escuela que construimos, haga parte de un proyecto integral de transformación de este sistema-mundo que colapsa, y que tiene a los sectores vulnerabilizados como las víctimas principales del colapso.
La pandemia destapó la olla de la desigualdad. No porque las escuelas estuvieran por fuera de la desigualdad -que es inherente al capitalismo-, sino debido a que allí sucede algo recuperado por Simons y Maschelein: allí, en las escuelas, existe un tiempo que, en tanto tiempo libre de otras obligaciones, aparece como tiempo democrático. La escuela democratiza. ¿qué pasa ahora que no hay escuelas? La mera posibilidad de comunicación virtual aparece entonces como la salvación para intentar una continuidad que, preciada de tal, nos parece digna de ser cuestionada. No hay tal continuidad. Hay una construcción de nuevos tipos de vínculos pedagógicos que no replican la escuela. No hay un reemplazo sino invención plagada de conflictos y angustias, caracterizada por la capacidad creativa de docentes, estudiantes, familias. En suma, otra práctica que es preciso mirar como específica. Los espacios, los tiempos, la cotidianidad toda aparece trastocada y, con ella, los modos en que nos vinculamos también pedagógicamente. Y allí aparece de manera más descarnada la desigualdad. En esa imposibilidad de un tiempo-espacio otro físicamente compartido arraiga lo extraordinario de estos tiempos pandémicos, en la inmovilidad corporal que sin embargo redunda en, como dijo Simón Rodríguez, inventar o errar.
Concebir la crisis como oportunidad también para repensar supuestos pedagógicos centrales de esa escuela que hoy nos falta. Ines Dussel refería que el proyecto de Sarmiento se había preocupado mucho por hacer un bien público de la educación, pero que no había prestado tanta atención a dejar a cientos fuera de las aulas, es decir, que no resultaron igual de hospitalarias con todxs. Tomando eso como enseñanza, la suspensión de ese espacio-tiempo otro, diferenciado, igualador, democrático, debe ir asociado entonces al ejercicio de una pedagogía que ponga en el centro del debate algunas cuestiones que también alumbra la pandemia: la reproducción de la vida, que se aleje de una práctica libresca de la educación, que reponga los vínculos entre educación y trabajo productivo. Que potencie una ciudadanía activa y una pedagogía del Buen Vivir y feminista, que tenga a la naturaleza no meramente como “recurso” del que extraer ganancias, sino como territorio que se habita, como el cuerpo para las mujeres. Volviendo a la colonia, para ejercitar una pedagogía que intente algo de lo hasta acá dicho, vale la pena seguir indagando en las cosmovisiones de los pueblos nuestroamericanos, que explican la pandemia como resultado y no como causa del colapso mundial: “Hay una agresión a la tierra”, sostiene Orlando Carriqueo, autoridad-werken de la Coordinadora del Parlamento Tehuelche Mapuche en Río Negro. Y explica parte de su cosmovisión: los hombres y las mujeres somos solo una parte de esto, de la naturaleza, nosotrxs, así como un río, una piedra, un cerro, las aves, tenemos el derecho de estar en la tierra. “Nosotros respetamos ese derecho. Pero la sociedad con el afán de consumo arrasa con la naturaleza”. (Re)pensar la escuela hoy, nos obliga a ejercitar también una pedagogía de la escucha de estos sentires, saberes y haceres “muy otros” que cobran centralidad en estos tiempos de crisis civilizatoria, para aportar, al decir de De Sousa Santos, a democratizar la democracia.
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