Texto e imagen: Juan Manuel Ciucci
La pintada en la pared dice: LOMJE. El oficial se apresura a borrarla, junto con los nombres de los asesinos que también han sido recién pintados. La tinta de esos signos en la pared es, sin dudas, parte de la tragedia que se está desenvolviendo en este escenario inusual. No parece importarle al burócrata criminal que se empecina en limpiar, quitar, esas palabras.
María Antonia Berger ha manchado con su sangre sus dedos, y con ellos escribe obstinadamente el mensaje que cree será su final. Ha sido ametrallada, junto con les otres 19 preses que se escaparon de la cárcel de Rawson. Se encuentran en la Base Naval Almirante Zar, a merced de estas bestias. A ella le han pegado, cómo a otres, un tiro de gracia que en su caso no ha sido mortal. En esa espera, en ese limbo, brinda (el que creerá será) su último acto de resistencia: dejar dicho ante quienes creen haberla vencido “Libres O Muertos Jamás Esclavos”.
Han pasado 50 años de la Masacre de Trelew, y el brillo de aquella memoria no se basa sólo en la denuncia del crimen perpetrado, sino en el rescate de una fuga capaz de unir a las diversas organizaciones político-militares del período. Y de un grupo de militantes que enfrentaron la muerte con la certeza de que su lucha no terminaría allí. Desde nuestro presente recordar sus nombres es una manera de traerlos con nosotres, de intentar imbuirnos de su espíritu combativo y revolucionario, de encontrar en nuestras luchas el hilo transmisor con las suyas.
Por eso ése Jamás Esclavos grafiteado en una pared sigue interpelándonos con tanta dureza, pero sin perder jamás la ternura. Porque nos demuestra en los hechos de lo que somos capaces, con la conciencia clara y el corazón abierto a la hermandad en la lucha. El fuego impulsor que permitió concretar una fuga histórica, que la masacre no ha logrado hacer olvidar. Más bien todo lo contrario, y es por esto que es hoy un día de memoria volcada a la militancia revolucionaria. Son mártires que nos abren a otros mundos posibles, que marcaron a toda una generación que no pudo quitarle el cuerpo a lo que pasaba en las calles.
Y que nos han llegado al presente a partir también de la obra de realizadores que lograron plasmar el recuerdo, en el mismo tiempo de la acción. Como Francisco Paco Urondo con su entrevista a les sobrevivientes en “La Patria Fusilada”, o Raymundo Gleyzer con el rescate de la histórica conferencia de prensa en el aeropuerto en “Ni olvido ni perdón”. Octavio Getino, por su parte, incluyó en su película “El Familiar” proyecciones de los rostros de quienes fueron asesinadas/os, dando cuenta de esta realidad que se filtraba en todos los ámbitos de la vida diaria nacional.
La Masacre de Trelew es también entonces un hecho cultural en el más amplio de los sentidos, pues se ha convertido en bandera que continúa representando lo mejor de aquella generación. El recuerdo hoy, entonces, nos indaga respecto a todo aquello que nos falta realizar en la búsqueda de la “segunda y verdadera independencia”. Con una coyuntura tan empobrecida como la que estamos atravesando, donde la militancia ha vuelto a verse ensimismada, vilipendiada, aquella gesta del `72 escapa por mucho a la muerte que quisieron imponerle, y se erige como faro para nuevas generaciones revolucionarias.
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