#Relatos Conurbanos | 2. La llegada

Hace mucho calor. Trabajando en el fondo de la nueva casa que nos  alojará, con más dudas que certezas, desde marzo de este año, no nos damos cuenta. Porque hay árboles y sombra. Soñado espacio, hasta que se hace realidad y entonces empiezan los ¿miedos? ¿inseguridades? No sé al día de hoy como nombrar ese sentimiento de malestar justo cuando se supone que está ahí, al alcance de la mano, lo una y mil veces soñado.

El calor sí se siente cuando salís a comprar unas birras al kiosquito-casa de la otra esquina. Por acá abundan. Acá es nuestro nuevo barrio, Lanús Oeste / Valentín Alsina. Este kiosko, decía,  no cierra a la siesta y tiene latitas frías de Andes. Sin heladera aún, y con una obsesión particular por la temperatura de la cerveza, con una térmica que supera los 33 grados,  apruebo el nivel de frío de las latas. Post ese breve recreo, la jornada sigue intensa. Preparar una casa para vivir cuando quienes nos precedieron en habitarla no fueron muy cuidadosos del espacio, implica un millón de cosas.  Desde arreglar paredes con agujeros, hasta luces de baño e instalación eléctrica, agua, y no nos olvidemos del timbre. Venimos de una casa sin timbre y ansiamos tener uno. Aunque ahora le pidamos a la gente que no toque para que la perra no ladre.

Al kiosquito donde compramos las latas lo atiende ella, su madre, su compañero o sus hijas. Una de sus hijas, la más pequeña, se caracteriza por tener en general muy pocas ganas de hablarte y bastante cara de orto. Conmigo al menos, pero creo que es algo general. Desde que llegamos al barrio me esmero por tensionar su dureza permanentemente. Las más de las veces fracaso. Algunas charlamos.

Uno de los momentos que más intercambio tuvimos fue durante el mundial. Tenía el álbum y hasta varias semanas después seguía el cartel en el kiosko, escrito a marcadores con poca tinta: “cambio figuritas”. Con su hermana hay más chance de charla. Un día hasta le dije que peguemos carteles de su perrita perdida.

Lo que me inquieta de esta casa es sobre todo el hecho de que tenga un terreno gigante al lado, vacío. ¿En qué parte del conurbano cercano a capital hay un terreno inmenso vacío? Bah… vacío no. “traen a pastar unos caballos y a veces una oveja negra” me dijo la piba que vivía antes, cuando le pregunté, seguramente con mucha cara de desconfianza, qué onda el terreno de al lado. Me imaginé mil cosas terribles antes. Pero el miedo se fue en forma de fernets compartidos en el fondo, cuando la casa todavía no estaba habitada. Entre las muchas buenas cosas que tiene este nuevo lugar, una es que mi amiga, Patricia, la que cuando vivíamos en capital estaba a 8 cuadras, está exactamente a la misma distancia acá en Alsina. Habitar los espacios nos hace, al fin, alejarnos del miedo.

Dicho y hecho. En el terreno de al lado hay caballos a los que les damos manzana. Ideamos una y mil veces la huerta ahí, para la vecindad más cercana, pero no hay muy buena onda ni predisposición con quienes al momento lo usan. También imaginamos un espacio donde hacer cosas culturales y apoyo escolar. Capaz en el terreno de al lado, capaz en un local que nos presten, capaz… Ojalá que cuando eso este a la vuelta de la esquina, pienso, no me agarre esa sensación de vértigo e inseguridad que me da cuando mis sueños se acercan a la realidad. Más allá de la grandilocuencia de los sueños, acá hay más cielo y sin duda también, más gatitos.

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